Parte 1 – Hágen de Irlanda
Secuestro por un grifo
En Irlanda vivía hace muchos siglos como rey el caballero Siegeband con su esposa Ute en su castillo. Tenían un hijo llamado Hágen que educaban muy diligente porque debería ser un día el heredero de la corona. Sobre todo le hacían enseñar en las virtudes caballerescas como montar a caballo, practicar la esgrima y en muchos otros ejercicios deportivos. Pero también mujeres sabías y criadas versadas se esmeraban por su formación. Pero ya como niño de siete años le gusta más estar en el establo con los caballos, en la armería con las armaduras brillantes, hablaba con los maestros de las armaduras, los donceles y los caballeros que quedarse con sus educadoras y guardiánas. Mucha alegría sentía sobre todo además cuando debía mirar a los juegos martiales y a los torneos. Se entusiasmaba por las vestimentas magníficas de los invitados, por las armaduras brillantes, por los caballos de pura raza y sobre todo por las luchas caballerescas, por la equitación forzada y por el pinchado con las lanzas, pero también por el adorno lujoso de las casas y de las pabellones, por los estandartes y gallardetes con los escudos. Nada se esperaba con más ansiedad que deber participar y no podía esperar estar de edad hasta que pudiera llevar armas. Por las noches entonces miró curioso a la fiesta alegra, al comer con placer y al baile o escuchó ansioso de las canciones y de la interpretación de los músicos ambulantes.
Un día, durante una tal fiesta quiso ir a la mano de una sirviente en una pabellon para escuchar a las melodías alegres de un cantante. Pero durante el atravesar del patio del castillo bajó un grifo salvaje del aire a los dos, un pájaro gigantesco y fuerte. La criada huió de este monstruo, pero el grifo golpeó sus garras enormes en la ropa del niño, remontó con ello al aire y le llevó.
De un momento al otro toda alegría cesó. Se estuvo profundamente afligido por este acontecimiento desgraciado, se terminó la fiesta y se llevó luto con los padres desconsolados sobre el chico. Los invitantes cabalgaron a casa guardando silencia y dejaron solos los padres tristes con su enorme pena.